La agricultura es una actividad productiva sin techo ni tejado, expuesta a todas las posibles inclemencias climáticas habidas y por haber. Heladas, granizadas, vendavales, intensas lluvias, golpes de calor y sequías son, aunque a veces inhóspitos, viejos conocidos con los que estamos acostumbrados a convivir desde los orígenes de esta práctica ancestral.
Se puede decir que sobrevivimos, que nos adaptamos. Pero como todos, tenemos un límite. Desde que la expresión “cambio climático” apareció en nuestras vidas, en la sociedad, en los medios de comunicación… Desde que marca el son de las agendas políticas, ha sido esta y no otra nuestra principal quimera. De todas las actividades económicas es justamente a la más esencial, al sector primario, a la que más está afectando. Poco puede hacer un agricultor al que el granizo se lo destroza todo o al que una helada le congela la plantación. Como mucho, tener la cosecha con Agroseguro, la única herramienta útil para compensar estos daños y salvar los muebles con dignidad. Pero cuando el problema viene porque no hay agua por una decisión política, que no técnica, justificada por un mantra tan repetido como el cambio climático, ya no cabe el conformismo; la indignación se abre paso y toca pasar a la acción para intentar que las cosas mejoren.

De esto pueden dar fe los agricultores de Lleida, la región agrícola más importante de Cataluña, quienes han sacado garra ante la situación crítica de los embalses de la cuenca del Ebro y se han sacrificado en un acto de solidaridad y responsabilidad hacia sus compañeros, dejando perder las cosechas de este año con tal de proteger los frutales de su territorio, destinando la poca agua que les quedaba para evitar que los árboles mueran por la sequía. Ellos sí han entendido que antes de que muchos lo pierdan todo, es mejor perder todos un poco.

Según revelan estudios científicos, el Ebro en condiciones naturales, sin embalses reguladores, no tendría garantizado un caudal ecológico en el Delta más allá de 50 m3/segundo, lo que equivale a una salida al mar de 1.600 hectómetros cúbicos al año de agua dulce. De cara al recientemente aprobado plan hidrológico del Ebro, los ecologistas, esa plaga bíblica que ni Moisés fue capaz de predecir, exigían un caudal ecológico de 300 m3/segundo, lo que equivale a un volumen mínimo de agua dulce al mar de 9.500 hm3 al año. Mientras tanto, nuestros homólogos leridanos de ASAJA se manifestaban en el centro de la ciudad porque no tenían ni agua ni ayudas. Porque no podían para darle de comer a sus familias. Y mientras unos salvaban los árboles en un intento desesperado de socorro, desde el Ebro se tiraban al mar por cumplimiento del nuevo plan hidrológico del MITECO, un mínimo de 4.225 hm3 en un año tan poco lluvioso como este.

Lo peor es que al Ministerio de Transición Ecológica no parecen importarle estas contradicciones. Ni siquiera se esfuerzan ya en defendernos con valentía en Europa ante la competencia desleal de terceros países. De hecho, con su falta de energía nos empujan a que irremediablemente nos conformemos con consumir fruta africana, esa que viene de un lugar donde las reglas no existen, ni mucho menos se garantiza la seguridad alimentaria que algún día defendimos con orgullo.
En Alicante esto no nos pilla de nuevas, aquí somos perro viejo y llevamos muchos años batallando por el agua. Primero fue el memorándum, que nos quitó el 50% del volumen del Trasvase Tajo Segura, ahora los caudales ecológicos del Tajo nos restan otro 50% de lo que nos quedaba y para rematar, si nadie lo remedia, la adjudicación de la desaladora de Torrevieja se llevará por delante la mitad de lo que nos correspondía.

¿Por qué llamamos sequía a lo que realmente es ineficacia en la gestión política? ¿Por qué nos empeñamos en que parezca que llueve menos que nunca, si lo que de verdad sucede es que no hay voluntad para gestionar los recursos existentes ni poner en marcha las obras oportunas? No nos engañemos. No pedimos milagros climáticos ni nos asustan los terribles augurios sobre un cambio de paradigma meteorológico. Lo aceptamos con respeto y estamos dispuestos a adaptarnos a lo que venga, porque la experiencia nos ha demostrado que con esfuerzo saldremos adelante. Pero lo que sí da verdadero terror es que la sociedad pueda concebir esa sequía como algo inevitable, que nos condena sí o sí, solo porque nos han dicho que es lo que toca. Así justifica la clase política de este país las aberraciones que nos intentan colar en materia hídrica, auténticas nubes de humo propagadas para ocultar una incompetencia que en ASAJA Alicante llamamos “sequía política”.

José Vicente Andreu, presidente de ASAJA Alicante

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