Cada agosto, desde el 2022, me resulta imposible no pensar en aquel verano en el que el júbilo generalizado típico del periodo vacacional se esfumó tan rápido como avanzaron las llamas en la Vall d’Ebo, dando paso a la tristeza, la ruina y el silencio. Aquel fuego arrasó nuestras montañas, trasformando 12.000 hectáreas de verde bosque en negro carbón.  Antes, los pequeños incendios en el medio natural eran algo inherente a la cultura mediterránea, pues regeneraban pastos y estaban plenamente integrados en los ciclos de los ecosistemas agroforestales. Sin embargo, los de grandes dimensiones de estos últimos años, virulentos y difíciles...