RETOS DE FUTURO DE LA CITRICULTURA VALENCIANA

30/01/2025

Sin duda, nos encontramos en un momento muy complicado para la citricultura de la Comunidad Valenciana: ostentamos el triste récord de abandono de tierras de cultivo con una pérdida de la actividad que en los últimos años supera ampliamente las 30.000 hectáreas. El origen de esta crisis crónica es múltiple, pero la causa última es única: la falta de rentabilidad. El cultivo más golpeado es la naranja valenciana, seña de identidad que pertenece a la cultura de nuestra tierra, de nuestras costumbres y de nuestra mesa.

Tampoco corren mejores tiempos para las clementinas si consideramos la gran decadencia de la clemenules, una reina desbancada por las híbridas con royalties. Caso aparte es el limón de Alicante, razón por la cual la citricultura resiste en esta provincia a pesar de que a veces se convierte en una caprichosa ruleta rusa para los agricultores.

Cada cultivo tiene sus problemas y amenazas. Sin embargo, común a todos es el incremento de costes y la incidencia de nuevas plagas foráneas que cado año siguen llegando, con la espada de Damocles del HLB y sus vectores trasmisores cada vez más cercanos a nuestros campos. A todo este entramado hay que añadirle otros temas más incómodos de abordar, como por ejemplo que el Instituto Valenciano de Investigaciones Agrarias (IVIA) ha perdido el rumbo; solo hay que recordar el rotundo fracaso en la obtención de nuevas variedades con el infausto recuerdo de la Safor y la Garbí. Pero tampoco es esta es la única causa de la crisis.

Si ponemos la mirada en las cooperativas del sector; siendo realistas las cosas no van bien, con honrosas excepciones. ¿Es el fracaso de la cooperativa la que hace abandonar al agricultor, o el abandono del agricultor el que hace naufragar a la cooperativa? La respuesta es una mezcla de todo.

Cierto es que cuando nos quejamos de cómo va el sector ponemos el acento en las importaciones de terceros países: Sudáfrica, Turquía y Egipto fundamentalmente, pues Marruecos no está teniendo el desarrollo que realmente esperaba. ¿Son realmente la causa de la crisis de la citricultura estas importaciones? Sí y no. Somos líderes en el mercado europeo en comercialización de cítricos en fresco y en producción de zumo en el ámbito europeo. Tenemos la mejor logística de trasporte y tecnología comercial y de distribución. ¿Cómo puede ser que otras zonas productoras a muchos miles de kilómetros, con producciones mucho menores, peor logística y tecnología que nosotros, nos condicionen tanto? Muy fácil, por la falta de reciprocidad. Si estos acuerdos obligasen a cumplir las mismas normas fitosanitarias que aquí, el cuento sería otro. Pero esto no es así y nos condena a asumir unos costes de producción mayores que lastran nuestra rentabilidad. Y por supuesto, no dejaremos de poner el foco en ello para exigir una corrección.

Sin embargo, quizá sea el momento de mirar un poco más allá y abrirnos a una perspectiva más amplia.

Por ejemplo, atender a la desorganización del sector de los cítricos, motivo que está llevando a muchos agricultores a la ruina, incluidas las cooperativas y pequeños comercios privados. Debemos luchar por interprofesionales con carácter que no se subroguen a las órdenes de un comercio que quiere seguir pagando en arrobas, entre otras barbaridades.

Mientras tanto, la caída del consumo de naranja en Europa crece a mayor ritmo que las importaciones de naranjas de terceros países. Aunque no se importase ni una sola naranja, seguiríamos teniendo cada día mayores dificultades para vender las nuestras, lo que no significa que no pongamos el grito en el cielo, y con razón, por la competencia desleal a la que nos conduce Europa.

En cambio, el consumo de limón en Europa crece, pero más lo hacen las nuevas plantaciones, por lo que el futuro del sector presenta importantes incertidumbres. Aquí el papel de la industria también tiene el concepto de “camión de la basura” del sector, más que en el caso de la naranja, pues tiene muy interiorizado que no ha de aportar valor económico alguno al conjunto de la cadena. Hay que darles los limones prácticamente gratis, y «gracias que no te cobro por llevármelos», cuando es una materia prima de la que se obtienen productos de alto valor añadido. Hoy no es asumible que el agricultor de limón pueda obtener rentabilidad solo de la venta de limón en fresco, cuando cada día son mayores los destríos y más ajustados los precios de venta. Ya son muchas las voces que apuntan a que “lo que no vale se quede en el campo, si hemos de pagar por ello”. Demasiadas cargas para unas espaldas tan frágiles como las de los agricultores.

Pero la suma de motivos no cesa: cada vez menos coberturas del seguro a la vez que mayores daños por un clima más adverso y más plagas con menos medios de control. Como digo, mucho peso para alguien tan desprotegido.

Otro de los problemas es que solo tenemos un mercado, Europa. Hoy, los citricultores valencianos somos «rehenes» de los dictados comerciales de las grandes cadenas de distribución del centro y norte de Europa. Mientras nuestros competidores extracomunitarios venden a todo el mundo y tienen capacidad de negociación, nosotros solo podemos vender a los países de la UE, al dictado de programación de campañas, volúmenes y precios que nos impone la gran distribución, sin margen de maniobra.

A modo de resumen, son cuatro los ejes sobre los que tiene que basarse la recuperación de la rentabilidad de la citricultura de la Comunidad Valenciana.

  1. Recuperación del consumo de la naranja con campañas de promoción eficaces que promuevan el consumo europeo.
  2. Que la industria aporte valor cubriendo como mínimo los costes de producción tal y como dicta la Ley de la Cadena Alimentaria. Una industria con mentalidad de «camión de la basura» no puede tener futuro si la «basura» se queda en el campo.
  3. Apertura de nuevos mercados en Asia y América. Eso nos dará mayor y mejor capacidad de negociación en Europa y nuevos horizontes.
  4. Un plan de vigilancia exhaustivo para evitar la entrada de nuevas plagas (sanidad vegetal) y medios de control eficaces.
  5. Una política agraria europea que respete el medio ambiente a la vez que garantice la seguridad alimentaria de la población.

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