Corren nuevos tiempos en el despacho oval de la Casa Blanca desde el pasado 20 de enero al proclamarse un nuevo presidente en Estados Unidos. A partir de ese día nos llega un flujo continuo de noticias a golpe de decretos que pretenden alterar el orden mundial establecido, imponiendo un cambio en las reglas del juego del comercio global.
En el actual panorama, con los mercados internacionales interconectados como piezas de un gran puzle, la estrategia política de Donald Trump tendrá un irremediable impacto en todos los rincones del planeta. Hoy, el peligro llega en forma de aranceles con plena repercusión en el sector agrario europeo.
En su primera etapa fuimos víctimas de estos gravámenes en cítricos y aceitunas negras, entre otros esenciales. El de los cítricos no hemos sido capaces de recuperarlo desde que nuestras naranjas se eliminaron de la mesa de los norteamericanos. Ahora, entre sus chantajes incluye largos listados de productos como el aceite o el vino, simbólicos donde los haya de la calidad agroalimentaria que tenemos en España.
Pese a su incuestionable vehemencia, empiezan a asomar las sombras de sus debilidades. Una de ellas se llama “H5N1”, el virus de la gripe aviar, que desde 2022 ha acabado con 160 millones de gallinas y sigue fuera de control. Pero los problemas con la alimentación básica en EE UU van (e irán) más allá: en otro frente se encuentran luchando contra una bacteria que afecta a la citricultura comúnmente conocida como HLB, la cual ha destruido casi por completo la producción de naranjas en Florida y está causando estragos en California y Brasil.
Así, mientras Trump impone aranceles, suplica a otros países que le envíen huevos por su incapacidad para controlar el virus que está socavando los cimientos de una economía. Definitivamente, estamos ante la fragilidad de un gigante al que le faltan huevos… los que también le faltan a Europa.
Porque, ¿qué está haciendo la UE para dar la cara por su agricultura? ¿Qué dirigentes tenemos, que no se plantan ante amenazas de este calibre? Como siempre, volvemos a ser los mismos quienes nos llevamos la peor parte.
El nuevo comisario europeo aterriza en un momento convulso, sí, pero perfecto para demostrar si esas buenas primeras impresiones se traducen en hechos. Empecemos por no echarnos piedras en nuestro propio tejado, por ejemplo con la revisión urgente del Pacto Verde, que implica el hachazo del 50 % en el uso de productos fitosanitarios -en España no podamos controlar las plagas, la reducción del 20% en fertilizantes y abonos, que el 10 % de las tierras agrarias se destinen a elementos no productivos, disminuir el consumo de carne -una patada en toda la cara a los ganaderos- y aumentar el 30% las zonas de Red Natura 2000, en algunas de las cuales nos prohíben desarrollar nuestra actividad y plantar cultivos permanentes para proteger aves esteparias. Y un largo etcétera.
Si el gigante nos declara una guerra, pero la guerra la tenemos dentro de nuestro propio territorio por no ser capaces de darle al sector primario la categoría que le pertenece, ¿qué le podemos echar en cara a Trump si en nuestra casa nos ponen la zancadilla? La soberanía alimentaria no es algo de lo que se pueda prescindir. En un mundo en el que las enfermedades, las batallas comerciales y los desastres naturales repercuten en la producción de alimentos, depender de las importaciones sin una estrategia sólida para proteger lo propio es un gran error. Que se nos quede bien grabado, porque nos va la vida y la libertad en ello.