Sin duda alguna, el limón es parte de la vida de esta provincia; de nuestro paisaje, cultura y gastronomía. Desde Pego a Orihuela, el aroma a azahar llega con la primavera para imprimirle carácter a todo el territorio. Podría decirse que el limón es a Alicante lo que las playas y el sol, auténticas señas de identidad que nos representan y de las que somos embajadores ante el mundo.
De nuestras resecas pero salobres tierras brotan los árboles que beben de estas peculiares propiedades para regalarnos unos cítricos sabrosos y jugosos que los hacen únicos, y que marcan la diferencia respecto a otros de diferentes procedencias.
Sin embargo, este año el limón alicantino nos ha mostrado su cara más amarga. En vez de cruzar fronteras para llevar felicidad, se está muriendo en los bancales. Miles de hectáreas perdidas, citricultores arruinados y huertos abandonados.
En mis años como agricultor he vivido varias crisis de este cultivo, pero no recuerdo una tan cruel como esta. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo es posible que en la última década hayamos tenido un constante crecimiento que de repente cayera en picado en tan solo unos meses?
El origen del problema es múltiple y complejo. Incidencias climáticas como fuertes granizadas o extremo calor cuando no toca; nuevas plagas importadas de terceros países que entran en nuestros puertos como auténticos coladeros; decisiones políticas desafortunadas que se olvidan del principio de preferencia comunitaria; un descenso del consumo y cambios en la conducta del consumidor; incrementos de los costes; exceso de producción… y un largo etcétera. Una endemoniada cadena de razones que ha provocado la merma del 80% del valor económico del limón fino de la Vega Baja del Segura, cuando su calidad era óptima para el consumo.
Sí, hay hechos claros y constatados que debemos analizar, como por ejemplo que desde la pandemia a fecha de hoy la exportación y consumo no ha hecho más que descender año tras año en cifras porcentuales muy preocupantes, y todo ello a pesar de las campañas de promoción que se han hecho desde Ailimpo. Quizás ha llegado el momento en que las interprofesionales escuchen las demandas de la producción, de ASAJA Alicante, y demuestren la valentía que la coyuntura requiere.
Pero de lo que poco se habla es que en el último lustro han irrumpido con mucho empuje los fondos de inversión de capital riesgo. El olor a dinero fácil y rápido ha empezado a desplazar a explotaciones familiares con los zapatos siempre manchados de tierra, quienes partiendo de la nada impulsaron durante décadas el desarrollo de sus empresas incluso hasta conquistar importantes mercados internacionales.
Lo cierto es que hemos pasado de un modelo con una visión de estabilidad a largo plazo a otro meramente especulativo, que se nutre del beneficio inmediato y asume el mínimo riesgo, encarnado por fondos de inversión dirigidos por empresarios de despacho con trajes de 10.000 euros y calzado inmaculado. Tristemente, estamos perdiendo la identidad que ha caracterizado a nuestro sector y que ha glorificado el cultivo estrella de esta provincia. Mientras los pequeños, los de siempre agonizan, estos fondos engordan sus fortunas.
Si alzamos la vista y miramos a nuestros competidores en el mercado del limón fresco, sin olvidar que somos los líderes mundiales, vemos que tanto Turquía como Sudáfrica cuentan con cifras de crecimiento de producción similares a las españolas, sin embargo, la política comercial que están desarrollando, exportando limón a todo el mundo, con tasas de crecimiento mantenidas y próximas a los dos dígitos porcentuales, contrasta con el comercio que se hace en España, centrado únicamente en vender a Europa.
Poco a poco estamos desapareciendo del resto del mundo y estamos yendo a menos. Tenemos mucho limón, pero somos cautivos de una política europea mercantilista que solo se preocupa por tener fruta barata sin importar de donde venga, sin mirar por la sostenibilidad del sector, que sin duda pasa por la rentabilidad de los agricultores. Las consecuencias de estos acuerdos, de estas normas que nos impone Bruselas es que somos esclavos de las grandes cadenas de distribución; ellas imponen las reglas, los precios y las condiciones, mientras que nosotros solo ponemos nuestro trabajo y cargamos con el peso de la ruina y el sabor amargo que nos deja esta campaña del limón alicantino.