La agricultura es una actividad acostumbrada a la supervivencia. Una actividad sin techo, expuesta a múltiples amenazas que desde siempre han marcado su desarrollo.

Sin embargo, desde hace algún tiempo, esos problemas se han agravado y me atrevo a afirmar que atravesamos uno de los momentos más revueltos de la historia reciente de nuestro sector, pues a las jugarretas de un clima cambiante e inesperado, el sinsentido de la falta de agua, la contradicción de tener que asumir precios por debajo de coste y ciertas decisiones políticas que están azotando gravemente a ese motor silencioso que abastece de alimentos a la población, se suma la inacción.

En medio de este caos es propio decir que son pocas las oportunidades y este inicio de año le ha tocado al limón, cultivo representativo de nuestra provincia donde los haya. La realidad es que, en plena campaña, los limones no encuentran salida y se están quedando literalmente en el suelo. La lucha va por barrios y cada uno esgrime un argumento en función de sus intereses. Desde la interprofesional del limón dicen que las nuevas plantaciones han propiciado un exceso de producción. Lógico, achacar la crisis a la falta de consumo sería reconocer que las campañas de promoción que ellos mismos desarrollan están siendo poco exitosas. Y de admitir el daño de la competencia exterior de países como Sudáfrica y Argentina, mejor ni hablar.

Los agricultores nos quejamos de la industria y de la falta de reciprocidad con terceros países, mientras que el comercio adjudica la falta de demanda a un desplome en el consumo. Como decía, cada uno tira para lo suyo y “cada ollero alaba su puchero”.

De momento, es la tercera gran crisis del limón que conozco. Y a pesar de ello, el sector no solo ha seguido en pie, sino que ha continuado creciendo. En la crisis de los años 2000 tuve que regalar mis limones porque no me salía a cuenta ni siquiera cortarlos del árbol. Desoyendo el consejo de mi madre, arranqué todo el huerto en un ataque de desesperación. Pronto me di cuenta del error y decidí volver a plantar. Había arrancado 500 árboles y terminé poniendo algo más de 19.000 limoneros, que me dieron un buen rendimiento durante la siguiente década.

Aunque todas las crisis se parecen, no hay ninguna igual a la anterior. Y esta, la actual, también es diferente. En vez de lamentarnos y buscar culpables debemos centrarnos en analizar y buscar soluciones contundentes. Oigo voces que reclaman la intervención de la administración para retirar del mercado unas cuantas miles de toneladas de limones para activar el comercio. Inútil, no vale de nada. El problema es mucho mayor y más profundo que hablar de 50.000 toneladas. Este conflicto solo lo puede solventar la correcta aplicación de una ley que fije unas relaciones comerciales ecuánimes, desde abajo hacia arriba. Se trata de aplicar la libre competencia, pero en igualdad de condiciones, protegiendo al más débil, pues “el libre mercado no puede ser el libre zorro en el libre gallinero”.

Nunca en la historia se había dado, pero ahora sí existe una ley, la Ley de la Cadena Alimentaria, que debe velar por el buen funcionamiento económico de todos los eslabones de dicha cadena. El más frágil es el último, el productor, al que más hay que salvaguardar, pues garantiza la alimentación de la sociedad. Necesitamos transparencia y unas reglas de juego equilibradas en las relaciones comerciales de la cadena alimentaria. Necesitamos únicamente lo que ocurre en el resto de los sectores económicos, que el valor de nuestros costes podamos repercutirlo en los precios de nuestras cosechas.

Este trance que tanto daño está causando al campo alicantino le da alas al Gobierno para demostrar la eficacia de esta ley, y a la administración autonómica para mediar y luchar por un contrato justo y equitativo para todas las partes, un contrato único y homologado que acabe con los abusos que siempre recaen sobre el mismo.

Creo firmemente que detrás de una crisis, siempre hay una gran oportunidad. La de ahora consiste, ni más ni menos, en sentar las bases de unas relaciones comerciales justas entre las partes. Son muchos los operadores, comerciantes e industrias que directamente desprecian esta ley, defendiendo que cada cual acaba en su lugar, como si esto fuera una selva. Pero seamos coherentes, con la comida no se juega y ya sabemos que con el estómago vacío no se piensa bien.

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