Cuando llegó la alarma el pasado martes 29 de octubre, ya habían saltado todas. Tarde. El agua y el barro sepultaban poblaciones enteras y cientos de personas se debatían entre la vida y la muerte en una lucha por ganarle el pulso a una aplastante naturaleza que venía a escribir una página terrible de la historia de este país, la de una de las tragedias más importantes que se recuerden.
Piensas que estas cosas pasan en el tercer mundo. Que nos pilla lejos. Que aquí no. Sin embargo, hace una semana nuestra vecina Valencia se convirtió en un escenario de guerra. Pero lo más escalofriante, lo más duro de digerir al margen de la destrucción de autovías, viviendas, fincas agrarias y colegios, son las víctimas mortales que no pudieron reaccionar o no tuvieron los medios para hacerlo. “No, esto no puede pasarnos a nosotros, somos un país fuerte”, me repetía mientras me llegaban las terribles imágenes que todos vimos el día después. Por su crudeza, sé que nunca las olvidaré.
Lo cierto es que de forma trágica se nos ha vuelto a recordar que no somos invencibles y que lo que tiene que funcionar, no lo hace como debería. Todo ha fallado, empezando por la clase política. Los autonómicos y del Estado no han estado a la altura en un momento decisivo en el que cada minuto valía una o varias vidas. ¿Qué les estaba pasando? Los del Consell se hundieron en el barro y los del Estado ni estaban, ni se les espera.
Ante la rabia de esta inacción, se hizo hueco la única esperanza que parece quedarnos si atendemos a lo ocurrido estos días. Sin ruido ni sirenas, andando, con bolsas de comida y agua al hombro, con palas y escobas en las manos, se abrió paso la sociedad. Un ejército de anónimos voluntarios sin organización ni directrices, pero imparables y con sed de ayudar a quien sea y como sea. Y, por supuesto, los que nunca fallan, como ya se puso de manifiesto en la pandemia: agricultores venidos de todo el país, seguramente muchos de ellos al borde de la ruina por malas cosechas, la sequía o la falta de agua en sus plantaciones. Da igual, aquí solo importa la valentía… y la que tuvieron unos, les faltó a otros.
El cambio climático es una realidad innegable, al igual que la gota fría existe mucho tiempo antes de que este concepto “de moda” se tornara viral. En julio de 2003, Zapatero anunciaba en los medios de comunicación un ambicioso proyecto con una presa en Cheste, desvíos de aguas de avenida que protegerían los núcleos urbanos, así como mejoras hidráulicas en barrancos que evitarían posibles inundaciones en dieciséis pueblos en el sur de Valencia. Justo el epicentro de la actual catástrofe. ¿Qué ha sido de aquello? Una promesa política que se quedó en la nada más absoluta, como muchas tantas.
¿Hubiesen ayudado esas actuaciones a mitigar esta DANA? Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que no actuamos como lo haría un país avanzado. No nos preparamos, no tenemos un plan, sino que vamos improvisando, vamos a la deriva.
Ahora, como el estudiante que la noche de antes del examen todo quiere aprenderlo, nos anuncian miles de millones de euros en ayudas que aminorarán las pérdidas, pero nunca devolverán las vidas que se fueron ni el terrible daño causado. Demasiado tarde, ya nadie se cree las promesas de estos magos de chistera vacía. Y de eso tenemos algo de experiencia los alicantinos, que en la DANA de 2019 se hicieron la foto y prometieron, pero poco más se supo.
Entre esto y la acción, me quedo con la otra riada, la de la solidaridad, la de la empatía, la del compromiso de esos héroes llenos de fango que al menos han reaccionado con rapidez.
Detrás de toda gran crisis siempre hay una gran oportunidad. La generación que ha tenido que vivir esta desgracia está marcando su piel con cicatrices de barro. Este dolor debe convertirse en una lección para la clase política. Acción frente a inacción, no hay más.
De todo lo que falló y se pudo prevenir, de la falta de infraestructuras modernizadas, limpiezas de cauces y ríos, mantenimientos de montes, llevamos muchos sectores alzando la voz desde hace tiempo. Y espero que, al menos, quienes tienen que dar la cara abandonen este estado de inercia. No podemos permitir que de manera fatídica la inacción en la gobernanza nos vuelva a marcar el destino. Nos lo deben.
José Vicente Andreu, presidente de ASAJA Alicante