A finales de los 80, al mismo tiempo que comenzaron a introducirse en las explotaciones citrícolas valencianas variedades híbridas de mandarinas, se extendió la idea de que la polinización cruzada causaba la aparición de huesos o piñones en las clementinas, aunque no hay una relación causa-efecto que pruebe esta circunstancia. Fue a partir de ahí cuando empezó un proceso de estigmatización hacia la apicultura, actividad que fue señalada sin escrúpulos como la única responsable de todos los males de poderosos mercaderes de cítricos, por lo que se decidió publicar el mal llamado acuerdo de la pinyolà, que exigía a los asentamientos de colmenas que se retirasen de los campos de estos frutales a cambio de una indemnización por los perjuicios económicos causados. Sin embargo, este decreto se convirtió en una cruel trampa cuando la Conselleria quitó esas ayudas, empujando a miles de apicultores a abandonar su tierra para poder seguir con su actividad.
Muchos han sido los gobiernos que han ostentado el poder durante estas décadas, pero ninguno ha tenido la valentía de plantarse y dejar de demonizar a las abejas. Básicamente se han pasado la pelota unos a otros, elecciones tras elecciones, siempre con la excusa de que “acaban de llegar y que nos les da tiempo a cambiar nada”.
La Comunidad Valenciana tiene una deuda histórica con sus apicultores; cada año, coincidiendo con la floración de los cítricos, la Conselleria de Agricultura firma el dichoso destierro de una parte de los valencianos por el simple motivo de ser un sector débil frente al todopoderoso citrícola. En pocas palabras, se prohíbe la apicultura en fincas de estos frutales e incluso en parcelas anejas para evitar la aparición de las “poco comerciales pepitas”, sin importar que otros cultivos como aguacates y otros frutales dejen de ser polinizados. La supremacía de los cítricos impone sus reglas, pero lo curioso es que esto solo ocurre aquí, y no en el resto de España.
Con la llegada del señor Aguirre al nuevo Gobierno, muchos apicultores respiraron tranquilos; pues este había estado presente durante los últimos años en todas las manifestaciones que clamaban auxilio ante esta gran injusticia. Por si fuera poco, en las Cortes, su partido denunciaba con ímpetu que la apicultura estaba herida de muerte e incluso llegó a dar voz a alguno de sus parlamentarios para hacer política sobre este tema.
Sin embargo, cuando ha llegado la hora de la verdad, cuando tocaba demostrar, cuando era el momento de dejarse la piel por lo que tanto ha prometido mientras estaba en la oposición, sus convicciones han caído en saco roto. El año pasado se firmó un documento por parte de algunas organizaciones y cooperativas en el que se pretendía poner una fecha fin para la no publicación del acuerdo de cara a 2026, con unas condiciones inasumibles que el sector se negó a aceptar. Ahora, la Conselleria pospone dicho pacto un año más y en vez de modificarlo en pos de una convivencia de la agricultura y la apicultura, se nos propone un borrador que perpetúa la supremacía de las variedades hibridas de cítricos sobre el resto de las opciones de desarrollo agrícola y lógicamente, sobre la apicultura.
Esa propuesta no solo es nefasta para los apicultores, sino también para el campo valenciano, por orientarse hacia un monocultivo citrícola decadente: nos empobrece como territorio y medioambientalmente supone pegarse un tiro en el pie. El problema no son unas abejas que llevan miles de años aquí, la responsabilidad de las semillas en las clementinas es de quienes trajeron el polen con los híbridos de mandarinas foráneas.
La sectorial apícola de Asaja Alicante se niega en rotundo a decir que sí a un documento que consumaría su absoluta desaparición. Los apicultores tan solo quieren vivir dignamente, seguir con su actividad, que sus abejas contribuyan a perpetuar la vida en la tierra y poder seguir recolectando miel y polen para que nosotros disfrutemos de estos alimentos. Y quieren seguir haciéndolo en la tierra que los vio nacer.
Los grandes exportadores de cítricos dicen que en esta campaña 2023/24 tienen mucho más pinyol que en otros años y que no pueden vender bien nuestras mandarinas. Aquí hay algo que no cuadra. Si se nos han muerto el 50% de las colmenas y hay menos apicultores profesionales, y si llevamos 30 años expulsando a los pocos que nos quedan, ¿Cómo puede haber más piñones en las mandarinas?, ¿Quién está jugando con “cartas marcadas” ?, ¿Cómo es posible que sigan siendo estos insectos los culpables de los males de la citricultura valenciana?
Esto hay que hacérselo mirar, pues no tiene ningún sentido. Exigimos que se nos explique con coherencia por qué hay que seguir condenando a muerte a un inocente. Desde la organización que presido siempre hemos sido tajantes y nos hemos opuesto a un acuerdo que divide al campo y condena a una actividad tradicional y digna que se merece todo el respeto como es la apicultura. Teníamos fe en usted señor Aguirre, pero nos ha dejado “sin la miel en los labios”, con el sabor amargo del desengaño.
José Vicente Andreu, presidente de ASAJA Alicante