QUE EL ACEITE LLEVE ALARMA PUEDE SER SOLO EL PRINCIPIO

Cuando les hablan de la agricultura alicantina, quizá piensen en extensos campos de cítricos, en el manto blanco que nos regala el almendro en flor, en el emblemático dulzor de nuestra cereza de secano o en el tradicional embolsado de la uva del Vinalopó. Sin embargo, y aunque todos ellos son santo y seña de nuestro territorio y aún me dejo muchos y muy importantes por nombrar, porque la riqueza hortofrutícola de esta tierra es una bendición, es el olivar, con más de 40.000 hectáreas, el cultivo más extendido a lo largo y ancho de la provincia. Cada comarca y cada municipio tiene olivos, sin excepción, y aunque se nos conozca más por nuestras frutas y verduras, los alicantinos llevamos la cultura del aceite y del olivar en nuestro ADN.

El olivar tradicional, por su valor paisajístico, ambiental, cultural, social y económico es un cultivo estratégico para la provincia, afianza población y es la base de muchas cooperativas y almazaras que producen un oro líquido de reconocida calidad y prestigio. En Alicante se pueden producir entre 12.000 y 15.000 toneladas de AOVE, lo que supone alrededor de un 50% de la producción total de la Comunidad Valenciana. La orografía de nuestro terreno -en las comarcas de la Montaña se desarrolla aterrazado- y la riqueza varietal marca la diferencia tanto por su composición en ácidos grasos como por sus cualidades organolépticas. Y eso es un auténtico tesoro que debemos saber proteger y defender.

No hace falta que me extienda hablando de la sequía o del cambio climático; es innegable que las inclemencias meteorológicas han hecho de las suyas: llueve cuando no toca; cuando toca, no llueve y cuando tiene que hacer frío, hace calor. Y esto ha dejado malherido al cultivo que nos sitúa como los reyes de la producción internacional de un producto de primera necesidad en el seno de las familias españolas, en torno al cual centramos esa afamada dieta mediterránea que nos hace sacar pecho ante todo el mundo.

Ahora bien, debido al revuelo mediático que se está produciendo, y no es para menos, creo que los agricultores tenemos el compromiso de explicar qué está ocurriendo realmente, por qué el precio del aceite de oliva se ha disparado más de un 84% en el último año.

Es justo que sepan que en los lineales de los supermercados se está comercializando aceite de la cosecha anterior; como para este año se espera una cosecha corta y se prevé que el stock bajará, los intermediarios y grandes superficies empiezan a recrearse en un juego macabro en el cual los productores siempre salimos mal parados… el de la especulación. Esta situación sitúa al consumidor en la casilla perdedora, casi obligándole a prescindir de un producto como el aceite de oliva, que en los últimos días ha sido provisto de alarmas de seguridad en los supermercados como todo bien de lujo susceptible de robo.

Una vez más estamos ante la prueba manifiesta de la avaricia de un sistema económico que desprecia al último, al último en cobrar, que es el primero en trabajar. Vuelven a verse las costuras del incumplimiento de la Ley de la Cadena Alimentaria, pues no es justo que el consumidor tenga que pagar unos precios desorbitados cuando, el año pasado, el agricultor no llegó ni a cubrir los costes de producción.

No perdemos la fe en dicha ley, pero exigimos que se dote de presupuesto para que se convierta, de una vez por todas, en un instrumento que nos devuelva la dignidad que merecemos. Malas cosechas, costes cada vez más altos y precios que domina el comercio a su antojo conforman una espiral de la que tenemos que salir para evitar el abandono masivo de quien por mucho que se esfuerce no obtiene rentabilidad para subsistir.

Desde estas líneas aprovecho para invitarles a hacer una reflexión. ¿Cómo es posible que los alimentos estén cada día más caros y el sector agrario más pobre? Que el aceite lleve alarma puede ser solo el principio de lo que se nos viene encima si no conseguimos que se nos escuche, y me refiero a los políticos, a las Administraciones, a nuestros representantes en Bruselas, pero también a las grandes cadenas de supermercados que dominan y controlan todo el sistema de distribución de alimentos. Necesitamos más firmeza, confianza y respeto que nunca para el sector primario. Ya no vale ponerse de perfil ni pasar por alto más ninguneos. Porque quien respeta al campo, respeta al conjunto de la sociedad; quien respeta al campo, se respeta a sí mismo. No olviden que la soberanía y libertad de un pueblo empieza siempre por la alimentación.

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