Dicen que quien olvida su historia está condenado a repetirla. Por los últimos acontecimientos en referencia a la sonada Babilonia y el espigón, parece que los responsables políticos están sufriendo un fuerte proceso de amnesia que, de no ponerle atajo obligará a los agricultores y vecinos a resucitar viejas pesadillas.
El actual Guardamar del Segura, con sus huertas y bosques sobre estériles dunas es resultado del ingenio de un visionario ingeniero de montes que, a base de imaginación y esfuerzo colectivo, consiguió domar un medio natural hostil para adaptarlo al ser humano.
Según informes del propio Francisco Mira, a finales del siglo XIX las arenas de las dunas móviles sepultaban y arruinaban unas seis hectáreas de huertas al año.
El origen de todo ello hay que buscarlo siglos atrás. El abuso de la explotación maderera para las minas desde el tiempo de los fenicios y romanos y la construcción naval eliminó los bosques de la cuenca del Segura, dejando suelos desnudos e indefensos ante los procesos erosivos de las lluvias torrenciales. Y el hecho de que históricamente el Segura haya sido un río indómito, provocó que inmensas masas de arena empujadas por el caudal se depositaran en el mar, justo en el entorno de la desembocadura.
Pero la agudeza dominó al medio. A principios del siglo XX, siguiendo las indicaciones del ingeniero Mira se reforestaron 800 hectáreas de dunas con 600.000 árboles, creando un escudo protector. Las arenas empezaron a ser amansadas, el pueblo dejó de ser inhóspito para vivir y los campos empezaron a reverdecer.
Como parte de aquel proyecto se levantaron en primera línea de costa las llamadas “líneas de defensa”, conocidas hoy como las casas de Babilonia. Aquellas construcciones formaban una muralla frente al avance implacable de las arenas y el levante. No fueron simples viviendas, sino baluartes que protegían la tierra y el esfuerzo de quienes la trabajaban. El propio Francisco Mira edificó allí su hogar, como buen líder que da ejemplo y se sitúa en el frente de batalla, encabezando la defensa de un territorio que era —y sigue siendo— símbolo de lucha, ingenio y arraigo.
Han trascurrido muchos años, casi un siglo. Guardamar ya no es una aldea de pobres pescadores, sino una ciudad próspera. Las maltrechas casas de Babilonia siguen ahí, como el vigía que nunca descansa. El enemigo para ellas y sus moradores ya no son las arenas, sino todo lo contrario: su ausencia permite al mar avanzar hacia las dunas. Mientras otras playas como las de Orihuela Costa e incluso la Mata crecen, la de Guardamar merma y el mar amenaza con devorar todo aquello que encuentre a su paso.
En cuanto a la huerta, el peligro viene por el riesgo de inundación fruto de infraestructuras mal diseñadas y peor conservadas como son la carretera nacional y el mal estado del río en su tramo final.
A fin de cuentas el origen de los males es el mismo, un espigón que tapona el rio y a su vez mata la playa.
Sumido en el letargo, el Ministerio elige desvanecer las pruebas de la lucha de un pueblo por su supervivencia, ordenando demoler las casas como si fuesen las culpables de tantos desatinos.
Las casas de Babilonia son la memoria de Guardamar, el recuerdo vivo de su historia y de su lucha por sobrevivir en un entorno absolutamente inhóspito.
Lo que verdaderamente hay que derruir es el causante de la degradación de la playa y de las riadas que pueden acabar con cosechas y arruinar a agricultores: un espigón que lejos de proteger el entorno, lo deja indefenso ante la adversidad.
Hagamos memoria y demos vida a Babilonia y a la huerta guardamarenca. Por su historia, ambas se lo merecen.
