La reciente publicación del Atlas de la Desertificación de España, que sitúa a Alicante como el territorio más desertificado del país —y que atribuye esta degradación a la agricultura y al turismo— merece, como mínimo, una lectura más rigurosa.
Que se señale a una provincia que lleva siglos gestionando el agua con más ingenio que cualquier otra, y que ha hecho de la eficiencia hídrica casi un rasgo cultural, resulta insultante, máxime cuando los autores del atlas consideran la eficiencia hídrica un mero parche que no solventa nada.
El diagnóstico del documento se apoya en factores como la aridez hídrica, la pérdida de suelo, biodiversidad y estrés de los ecosistemas. Pero si algo sabemos en Alicante es que los agricultores llevamos décadas, que no años, trabajando con un esfuerzo titánico para conservar y recuperar los acuíferos más amenazados, especialmente los del Alto Vinalopó. Ha sido nuestra tenacidad indispensable para la recuperación de esas masas de agua, pues ha permitido que hoy el trasvase por fin empiece a funcionar y los acuíferos presenten síntomas de alivio. Menos estrés hídrico significa, sencillamente, menos riesgo de desertificación.
La Vega Baja, señalada como epicentro del problema, merece también una puntualización seria. Hablamos de un sistema de regadío sostenible con más de mil años de historia. Sus acequias y azarbes son estudiados internacionalmente como ejemplo de uso racional del agua y conservación del suelo.
En cuanto a los sistemas de cultivo asociados al trasvase Tajo-Segura, es cierto que están en grave riesgo de erosión, pero erosión política ante la inminente reducción de las aportaciones de agua por una decisión sin criterio técnico alguno.
También conviene hablar de la cobertura vegetal: España no está perdiendo masa forestal, sino ganándola. Estamos a la cabeza en superficie forestal del continente y somos el segundo país de Europa que más agua de lluvia recibe, solo por detrás de Francia. Lejos de lo que pueda parecer, el problema no es que no llueva; es que la escorrentía, acelerada por la abrupta orografía y una altísima tasa de evapotranspiración, impide aprovechar esa agua, pues se escapa al mar con facilidad.
¿Entonces, qué necesitamos? Una política hídrica bien gestionada, sin titubeos ni tramas políticas.
Sin embargo, mientras la reclamamos se nos responde con conceptos como “autosuficiencia hídrica”, difíciles de encajar cuando millones de turistas de todo el continente eligen disfrutar del clima mediterráneo, o cuando Europa demanda cada vez más nuestras frutas y hortalizas. El atlas denomina a eso “exportar huella ambiental” asociando nuestra agricultura al despilfarro de alimentos y recursos. Yo le llamo alimentar a Europa con una agricultura eficiente y sostenible. También le llamo fomentar una economía justa que proporciona trabajo y riqueza a personas que buscan un futuro en nuestra tierra.
Frente a la narrativa casi apocalíptica del informe, la única ruta es abogar por una gestión responsable del agua a través de políticas hídricas libres de oportunistas y de “catedráticos de carné”, esos genios de escritorio que opinan de agricultura con la misma soltura con la que confunden una planta de maíz de un puchero.
Tras este relato vuelve a asomar la sombra del MITECO, empeñado en convertir la actividad agrícola en su villano favorito y en regar con fondos cualquier iniciativa que contribuya a pintarla como un problema. Pero lo que realmente me duele es que lleve la firma de un catedrático de aquí, Jorge Olcina, incapaz de reconocer el esfuerzo titánico en sostenibilidad que el sector primario viene realizando desde hace años.
Del Gobierno de España ya no espero gran cosa. Lo que me resulta incomprensible es que una Cátedra de nuestra propia Universidad contribuya a alimentar una narrativa que erosiona la imagen y el trabajo de esta tierra.
Desde ASAJA queremos expresar nuestro hartazgo hacia esos sabios que se dedican a denostar profesiones tan dignas como la de producir alimentos. Y lo peor es que presumen saber de agricultura, pero les pones delante una azada y preguntan si viene con manual de instrucciones.
El dilema no puede ser renunciar al desarrollo sostenible por reducir un anuncio de desertificación que no plantea más solución que el retroceso social y económico sin alternativa.
Porque la desertificación no es un fenómeno natural que nos acerca al desierto: se promueve desde los despachos con decisiones injustas o se trabaja para evitarla. Y los alicantinos, que llevan siglos haciéndole frente al desierto, merecen que se cuente toda la verdad. Alicante no se seca sola, la secan.
