La sabiduría popular ha recopilado muchos de sus conocimientos en el refranero español, que en ocasiones alberga más inteligencia que muchos de los políticos de este país. Y me refiero en concreto a los responsables de la reciente historia de la planificación hídrica de España, en concreto desde 2004 hasta la actualidad.
Ese año, uno de los puntos en los que se basó el pacto PSOE/ERC para construir el gobierno socialista fue acabar con los trasvases del Ebro y del Júcar-Vinalopó, que por aquel entonces estaban aprobados y en proceso de construcción, siendo ambas obras concebidas para garantizar el regadío y el consumo humano de agua desde Barcelona hasta Almería y para resolver los problemas hídricos de los territorios más secos de la nación.
Por casualidades de la vida, veinte años después, los designios políticos del Estado y la Generalitat de Cataluña los manejan las mismas siglas, con la diferencia de que ahora están mucho más radicalizados en sus planteamientos ecologistas e independentistas y de que la “sed agrícola y de boca” está apretando de lo lindo en todo el arco Mediterráneo y ya no solo en Alicante, como venía siendo costumbre.
Si por algo se ha caracterizado la recta final del 2023 ha sido por una acuciada polarización, término designado por la RAE como la palabra del año. Y no solo por su amplia presencia en los medios de comunicación y por la evolución que ha experimentado su significado. Tampoco exclusivamente por su sentido político o social, sino también por otras problemáticas de gran envergadura como la sequía y la evidente brecha entre la España seca y la España húmeda, antiguos conceptos que nos enseñaron hace varias décadas en la escuela y que hoy vuelven a cobrar más fuerza que nunca. Y ojo, aquí no se trata del cambio climático, sino de que el hecho de que en el norte llueva mucho más que en el Levante, que en el sur, ha adquirido mucho más sentido en el año más seco de los últimos cuarenta, que se ha cebado especialmente con la agricultura mediterránea afectando negativamente casi a la totalidad de sus cultivos.
En estos días observamos cómo los dirigentes catalanes, los del mismo partido que acabaron con los tan necesarios trasvases, exigen trasvases de agua con urgencia para Barcelona. Eso sí, con barcos, a la desesperada y como sea, pues deben considerar que así son más eficientes y económicos que a través de tuberías de agua impulsadas por energía renovable. Y no, no se trata de que estos políticos hayan perdido el norte o tengan una enajenación mental transitoria, se trata de que cuando se establecen políticas contra la lógica y la sensatez, se terminan pagando las consecuencias.
El recién estrenado enero nos deja datos cuanto menos curiosos: las cuencas del Ebro, Tajo y Duero, las más grandes del Estado, están por encima del 60% de su capacidad, mientras que aquí no llegamos al 20%, en Almería apenas alcanzan el 9%, y por mucho que en Tarragona estén al 82%, su vecina colindante Barcelona no tiene ni para beber. Con esto, juzguen ustedes mismos.
Acabamos de recibir un nuevo año y ante la grave e injusta coyuntura que acabo de plasmar en estas líneas, me gustaría recordar a los que gobernaron entonces y a los que lo hacen ahora que “nunca digan de esta agua no beberé, pues el camino es largo y no es que pueda, sino que ya aprieta la sed”. Pese a la adversidad, espero y deseo que los doce meses que tenemos por delante nos traigan prosperidad, que el esfuerzo y trabajo de todos los agricultores y ganaderos sea cada vez más visible y valorado por el conjunto de la sociedad, y que los ríos sirvan para unir y no para dividir nuestras vidas. A todos, sin excepción, os deseo un feliz año nuevo.