Este fin de semana, un supermercado español ha anunciado que va a empezar a racionar la venta de huevos en sus tiendas. La escasez de un alimento básico está en peligro de desabastecimiento y estamos frente a una dinámica cuanto menos seria y peligrosa ya no solo para el consumidor, sino para el sector agroalimentario y el tejido socioeconómico en su conjunto.
De primeras, merece la pena explicar por qué empieza a faltar en el lineal del supermercado un producto del que siempre hemos presumido por su abundancia. Mucho se dice de los abusivos precios que tiene que pagar el ciudadano para llenar su nevera. Pero, para entender el problema de raíz, ha llegado la hora de hablar con propiedad: las fisuras comerciales entre el agricultor o ganadero y el consumidor han superado estos últimos años diferenciales de más del mil por ciento.
Con lo cual, esa subida tan drástica no repercute de ninguna de las maneras en quien produce dicho bien. Para que nos entendamos, la norma era la del tercio; de lo que paga el consumidor, uno para el productor, otro para la industria y otro para la distribución. Entonces, ¿quién sale ganando con esta brecha tan cruel? La gran distribución, las grandes cadenas, marcan sus dictatoriales reglas del juego para mantener los índices de rentabilidad por metro lineal de estantería.
Estamos ante un bucle diabólico que nos está arruinando a los eslabones más débiles de la cadena alimentaria: al consumidor su cesta de la compra le cuesta a precio de oro, mientras que el productor no llega ni siquiera a cubrir los costes.
Nuestros ganaderos, hartos de perder dinero, tuvieron que sacrificar decenas de miles de vacas por no poder alimentarlas. Entonces, si nos faltan vacas, leche y huevos, y al ciudadano cada vez le cuesta más dinero comprar, ¿no hubiese sido mejor no asfixiarles y que siguieran con sus reses? ¿No hubiese rentado más apoyarles cuando clamaban auxilio? Cuando se apuesta por demoler los cimientos de la casa pasa lo que pasa, que lo siguiente es que esta se caiga al suelo.
Por otro lado, el fin de la abundancia de los huevos, la carne o la leche pone en evidencia que estamos perdiendo el control de lo que se produce y se come. Estamos dejando que se nos pisotee y que se ningunee la calidad, seguridad y cercanía que representa nuestro sector en el ámbito nacional y europeo. El aumento de la dependencia exterior de nuestra industria alimentaria, así como cualquier desabastecimiento en la cadena afecta a nuestra economía y bienestar como provincia y como Estado. Y lo peor es que, si nada cambia, pronto tendremos que comprarle lo que comemos a países del tercer mundo como Irán o Egipto, conformarnos con llevar a la mesa productos de dudoso control gracias a la indolencia de las autoridades y la hipocresía de algunos importadores. Si no cuidamos nuestra huerta, nuestra ganadería, que solo exigen la misma solidaridad y las mismas normas comerciales que cualquier otra industria pese a ser esencial como pocas, quedaremos a expensas de los caprichos de una geopolítica que no atiende a razones.
Por estas razones, todo indica que el sistema está colapsando. La ambición de quienes mueven los hilos del mercado ha acabado matando a esa gallina que cada día daba un huevo, dejando al sector primario en la UCI, aquejado de fallo multiorgánico por falta de agua, precios de la energía, semillas, fertilizantes, plásticos y piensos, pero, sobre todas las cosas, por falta de rentabilidad.
Cuidar el campo, a nuestros ganaderos y agricultores es garantía de futuro de riqueza y salud para el conjunto de la sociedad. Por ello, por el bien de todos, exigimos que de una vez se empiece a cuidar a quien se ocupa de esa gallina, para que todos los implicados en el proceso podamos disfrutar de forma justa y equitativa de los tan preciados huevos de oro.
Jose Vicente Andreu – Pte. ASAJA Alicante