El 2025 va camino de pasar a la historia por batir récord de hectáreas quemadas por incendios forestales en España. Las cifras son escalofriantes: un 10% del total de provincias como Zamora, León y Ourense han quedado calcinadas. Según el Ministerio de Agricultura, el 9% del total son de uso agrícola.
El Gobierno apunta como máximo responsable al cambio climático y decide disolver cualquier responsabilidad con la propuesta exprés de un gran pacto de Estado. Ni suficiente ni acertado, pues excluye un análisis exhaustivo y riguroso de las causas que han propiciado el avance del fuego sin control en los últimos años.
En España la superficie agrícola ocupa el 33,7% del territorio, pero en las zonas afectadas por los incendios no llega al 10%. Por contra, a nivel nacional la superficie forestal es del 55% y allí donde más daño han hecho las llamas supera el 80%. En cuanto a la densidad de población, mientras la media española es mayor a los 97 habitantes por km², en los territorios donde avanza el fuego no llegan a 29 habitantes por km². Como poco, llama la atención.
A esto súmale el hecho de que en las últimas décadas el bosque se ha duplicado al mismo ritmo que caído la población rural. Y que en contraposición al crecimiento forestal hay una alarmante merma de los recursos que Estado y autonomías destinan a la prevención de incendios, un 52% menos en los últimos trece años.
Por ende, achacar al cambio climático la responsabilidad única de estos incendios es esquivar la causa con una cortina de humo que distorsiona sobre la realidad.
Recordemos que el final del siglo XIX vino marcado por una profunda crisis política, social y económica que terminó con los desastres del 98 en nuestro país. De toda crisis siempre surge una oportunidad, que en aquella ocasión fue el nacimiento del movimiento intelectual y cultural del «regeneracionismo» liderado por Joaquín Costa, quien aseguró que la salida de aquella depresión vendría por dotar al territorio nacional de una «piel verde e hídrica», convirtiendo los secos páramos en fértiles huertas, las erosionadas montañas en frondosos bosques, y el agua de los ríos en el motor económico nacional.
Han pasado más de 125 años del nacimiento de aquellas ideas, y a fe que acertaron en los pronósticos. Hoy España es una potencia mundial en agricultura y es la huerta de Europa, pero arde por el abandono del medio rural, por la dejadez de las administraciones, por la despoblación, y por el desprecio al sector primario.
Las aldeas se han quemado porque no ha habido nadie que segara la hierba seca que llegaba hasta las puertas de las casas. ¿Quién va a haber, si nos expulsan de nuestras propias tierras, con una burocracia insostenible y una competencia desleal de terceros países que no podemos soportar?
Es imposible negar que las inclemencias meteorológicas llevan una tendencia clara en la que el calor cada vez aprieta más y las sequias son más prolongadas. Lo que no podemos consentir es la dejación de funciones de las distintas administraciones. El “tú más” de la disputa política es un sinsentido que busca ocultar la omisión de acción. El Gobierno del Estado el que más, por ser el máximo responsable, el MITECO en especial por darnos la espalda y las comunidades autónomas, obsesionadas en adquirir competencias que no son capaces de gestionar, fundamentalmente por carecer de medios económicos para ello.
Me pregunto de qué vale preconizar la lucha por descarbonizar nuestra forma de vida si solo este agosto ha coronado al 2025 como el de más emisiones de dióxido de carbono de la historia del país. Una verdadera contradicción todo este falso discurso “eco-político” mientras se deja al monte abandonado a su suerte.
Somos la mayor reserva natural y forestal de la UE con un 26,7% del territorio declarado espacios protegidos bajo la legislación europea Red Natura 2000 (aunque desde Europa no se aporta ni un euro para su conservación).
Sin embargo, no corren buenos tiempos para nuestros bosques ni para nuestros campos y pueblos. Demasiado humo político en el horizonte nubla la vista y el futuro. Urge un cambio de rumbo, invertir en ese 55% del territorio olvidado, en esas zonas de España que no chantajean al resto para conseguir mejoras económicas, en una nación que limpia el aire y reparte el agua con buen criterio. De igual forma que gestionar los montes apartando la humareda del cambio climático que solo usan los políticos para ocultar sus propias vergüenzas.