LA AMARGURA DE LAS ÚLTIMAS COLMENAS

Una llamada urgente de socorro. Las abejas se mueren mientras los apicultores alicantinos luchan por sobrevivir a una situación límite a pesar de haber sido, algún día, un sector referente por la cantidad y la calidad de la miel que se produce en nuestro territorio. Lo cierto es que llevamos años de decadencia y abandono por parte de la administración pública, soportando una pérdida continuada de panales. Los datos hablan por sí solos: en la Comunidad Valenciana, en las últimas dos décadas, han desaparecido más de 100.000 colmenas y 500 apicultores.

La agonía del producto más dulce obliga a establecer un plan de choque con acciones inmediatas: un decidido apoyo institucional; una inversión en investigación para frenar la mortandad de las abejas y una armonización de la legislación sobre el etiquetado y las mezclas de la miel; sin olvidar, por supuesto, unas ayudas directas dignas que otras comunidades sí tienen, pero nosotros no. Dicho esto, urge la implantación de una estrategia integral que revitalice al productor del alimento más antiguo de la humanidad y genere un atisbo de esperanza para no rendirse.

Cuando hablamos de miel se nos viene a la cabeza el concepto de pureza que nos regala la naturaleza como resultado de la creación de la vida. La vida se crea por la fecundación, en el reino vegetal llamada también polinización. Sin abejas en la Tierra, directamente no habría vida. A veces me pregunto si todos somos conscientes de la importancia que estos insectos tienen.

Probablemente algunos, cortos de miras y con más ácido cítrico clementino en la cabeza que neuronas, se alegren y piensen “vamos por buen camino, ya quedan menos”, en su ensoñación de un mundo sin semillas. Pero la realidad es bien distinta, vamos muy mal. Necesitamos las abejas para seguir vivos y con futuro. Sin ellas no habrá frutas ni alimentos básicos… No habrá nada, ni siquiera mandarinas sin semilla.

Las causas de mortandad responden a múltiples factores, algunos por comprobar, y no es un problema de los valientes y vocacionales apicultores. No llueve, por tanto no hay flores. También están las plagas y enfermedades a lo que se añade una competencia desleal y penal, porque también hay sinvergüenzas que adulteran ese divino alimento con cualquier porquería importada sin control con tal de hacer un buen negocio a costa de un fraude.

El sector apícola de la Comunidad Valenciana lucha desesperadamente por sobrevivir tras treinta años de persecución, exiliado de su propia tierra en la época de floración del azahar. Los apicultores necesitan una reacción que hasta el momento no se da. Así las cosas, en estos momentos más que complejos, como consumidores debemos mirar la etiqueta de la miel porque en ella está el «ser o no ser» del sector. Como sociedad responsable, tenemos que buscar la de cercanía y apoyar a nuestros apicultores.

Llevamos muchas legislaturas, manifestaciones y reuniones exigiendo no solo un compromiso, sino un apoyo contundente y decidido por parte de la Conselleria de Agricultura. Demasiado tiempo ha pasado ya desde la implantación del acuerdo de la pinyolà y la ausencia de ayudas agroambientales. Nos lo echamos todo a la espalda y seguimos, pero nuestras abejas se mueren y, si nada cambia, el producto más dulce tendrá un amargo final.

Tristemente hemos pasado de ser un referente profesional apícola ante el resto del país a reducirnos, poco a poco, a una comunidad autónoma con tendencia hobbista y ocasional, la única que pierde cada año cientos de colmenas, la única abandonada y huérfana por parte de su administración. Perder un liderazgo así no debería consentirse; ni como territorio, ni como sociedad.

Presidente de ASAJA Alicante, José Vicente Andreu

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